Altar Mayor de la catedral Notre-Dame, Avignon

Este Concilio, iniciado regularmente, pero continuado en circunstancias anómalas, se fue radicalizando hasta ser una asamblea de clérigos que terminaron rompiendo con el papa, deponiéndolo y eligiendo un antipapa. Eugenio IV condenó tanto a los reunidos en Basilea como a la doctrina conciliarista. El grupo cismático se desintegró solo y la teoría conciliarista cedió frente al primado romano. Pero el temor al conciliarismo llevó a aplazar indefinidamente uno de los puntos programáticos de todo concilio de la época: la reforma de la Iglesia. La realidad sin embargo la exigía. Muchos eclesiásticos de finales de la Edad Media carecían en gran medida de espíritu religioso y de afán pastoral. En Alemania y en Francia, las abadías y obispados estaban en manos de nobles, atraídos por las riquezas y el poder temporal de esos cargos. La acumulación de cargos contribuía a aumentar el mal las carencias pastorales. Algunos obispos habían descuidado tanto sus obligaciones que era noticia saber que habían celebrado misa.
(8 de Abril de 2009)