El Templo abierto y secreto, estaba concebido como un cuadrante solar. Las horas giraban en el centro del pavimento cuidadosamente pulido por artesanos griegos: el disco del día reposaba allí como un escudo de oro: la lluvia depositaria un charco puro: la plegaria escaparía como una humareda hacia ese vacío donde situamos a los dioses. La fiesta fue para mí una se esas horas a las que todo converge. De pie en el fondo de aquel pozo de claridad tenía a mí lado a los integrantes de mi principado, los materiales que componían mi destino como hombre maduro. Marguerite Youcrenar en las Memorias de Adriano, página número 140, año 1955