Paralelamente, el monasterio de Conques que poseía innumerables tierras y prioratos en un radio de una veintena de kilómetros y que había aglomerado una población urbana importante, no cesaba de extender sus posesiones en Rouergue en todo el Occidente cristiano, de Santa Fe de Cavagnolo en Piémont, en Horsham en
Inglaterra, de Sélestat, así como también de Bamberg en el mundo germánico, hasta
Cataluña y
Navarra. El cartulario de la abadía - un manuscrito del siglo XII que reúne cartas de donaciones – nos hace asistir a la constitución, durante unos de trecientos años, de un verdadero impero monástico, bastante potente para conservar su independencia frente a la influencia de Cluny, que ejercía en ese entonces sobre la mayor parte de grandes abadías benedictinas, como Saint-Géraud de Aurillac o Saint-Pierre de Moissac. Mejor aún, Conques supo rivalizar la influencia con Cluny durante la Reconquista de
España septentrional sobre el impero musulmán, fundando iglesias o dando obispos a las nuevas diócesis de
Aragón y de Navarra.