Desde el siglo IX, aunque aderezada con piedras preciosas hasta el XIX, recibe con su rostro hierático a las masas devotas que la visitan. Es una de las mayores joyas medievales custodiadas no sólo en
Francia sino en Europa. Sentada en un trono y con los brazos extendidos impone respeto a quien le mira a los ojos. En el interior apenas está parte de su cráneo, pero eso supuso a Conques ser parada obligada en los tiempos en que las personas se movían miles de kilómetros persiguiendo su fe.