Acercándonos a la cristalera parece que nos encontramos ante una obra de orfebrería del Antiguo
Egipto, pero en realidad se trata de uno de los mayores tesoros del medievo en occidente. Desde el siglo IX, aunque aderezada con piedras preciosas hasta el XIX, recibe con su rostro hierático a las masas devotas que la visitan. Es una de las mayores joyas medievales custodiadas no sólo en
Francia sino en Europa. Sentada en un trono y con los brazos extendidos impone respeto a quien le mira a los ojos.