Interior de la catedral Notre-Dame, Avignon

Precisamente en el extremo opuesto a las corrientes centralistas y fiscales imperantes en Aviñón, se situó el grupo de doctrinarios antipapales, procedentes de los "espirituales" refugiados en la corte de Luis de Baviera. Entre ellos destacan el superior de los franciscanos Miguel de Cesena, Guillermo de Ockam y, sobre todo, Marsilio de Padua, autor de Defensor Pacis, una obra que rompía abiertamente con la tradición cristiana. Para Marsilio el papa no gozaba de especial potestad y tenía sólo carácter sacerdotal; la jerarquía era de institución humana; la Iglesia carecía de poder de jurisdicción y los clérigos lo recibían de los príncipes; la Iglesia estaba, en suma, sometida al Estado. Sin llegar a esos extremos, lo cierto era que el poder eclesiástico dependía cada vez más del civil en las nuevas naciones. Ya entonces en algunas adquirió los caracteres que se mantuvieron durante toda la edad moderna. En Inglaterra, a partir de 1351, se perfiló una iglesia anglicana, bien sumisa al rey y enfrentada con el papa por motivos fiscales y políticos. En Francia la estructuración de una iglesia galicana culminó con la "pragmática sanción" de Bourges (1438), en la que el clero francés adoptó con ligeras variantes los planteamientos conciliaristas para defenderse de los "excesos" de la Santa Sede.
(8 de Abril de 2009)